jueves, 3 de julio de 2008

Memorias de un adolescente golpeado


Si, de pibe fui muy camorrero. Siempre estaba al borde de una reyerta aún cuando el resultado de la misma no me favoreciera en los pronósticos, pero como el orgullo a veces es muy pelotudo, me dejaba llevar por esa cosa boluda de “no retroceder” y les llené los puños de epidermis facial a muchos contrincantes. En otras ocasiones impulsado por algunas teorías sobre combate callejero como “el que pega primero pega dos veces” me retiré vencedor de la contienda ignorando que si no has acabado definitivamente con tu oponente volverá a buscarte y las probabilidades de volver a pegar primero son francamente menores.

Hubo una etapa en mi adolescencia en que las cosas solo podían solucionarse de ese modo, todos lo sabíamos y estábamos prestos a poner en juego nuestra “fama”, (buena o mala), a fin de hacerla crecer o desaparecer, pero era un riesgo que había que correr.

En oportunidades nuestra fama fue prácticamente borrada del barrio pero luego en base a sacrificio y a victorias en combates provocados de manera ridícula conseguimos llevarla un poco más alto.

La lealtad era imprescindible como así también la solidaridad. Una tarde me encontré con los brazos en cruz presionados por dos rodillas vigorosas sobre una montaña de canto rodado, el dueño de las rodillas practicaba un “uno, dos” contundente sobre mi pera, mi nariz y mi frente. Con ritmo envidiable y perfecta sincronización. Mi visión se nublaba rápidamente, y se desdibujaba la sonrisa de mi aporreador a medida que los golpes me hacían girar la cabeza hacia un lado y otro, como mirando un dramático y ensangrentado partido de tenis en el cielo. Sucedió en un segundo, uno de los golpes no me impactó y mi verdugo cayó pesadamente sobre un costado. Allí, apoyado firme sobre sus pies estaba mi hermano con un adoquín al que apenas podía sostener. Pese a que mi enemigo dormía su coma cerebral el no soltaba el arma homicida por si era necesario un golpe de gracia. En segundos me incorporé y luego de quitarme al hijo de puta al que había provocado previamente le asesté un par de patadas en las costillas para que sintiera el rigor. Aún desmayado se quejó, así que lavado el honor nos retiramos a dejar asentado en el libro de hazañas esta gesta heroica. Precisé de cuatro manos para lavarme la cara durante unos días porque parecía una galleta marinera pero solo era un detalle.

Cualquier partido de fútbol, ping pong, tenis en la calle, truco, figuritas, bolitas eran el escenario apropiado para demostraciones de fuerza validando supremacías y exponiendo las mismas ante nuevos contrincantes. Increíblemente pelotudo pero así funcionaba.

Cierta tarde recuerdo que un nuevo vecino del barrio muy suelto de boca puso a prueba mi honor. Lo hacía desde su bicicleta gritando desde la esquina mientras nosotros jugábamos un tenis callejero. Mi lengua filosa recibía la aprobación de los que me rodeaban entonces yo profería insultos cada vez más álgidos. Nadie me aviso cuando la bicicleta giró en la esquina y a gran velocidad se aproximó. Mucho menos me advirtieron que el nuevo vecino traía un palo en su mano. El desenlace es simple, a buena velocidad, con perfecto timming el palo me dio de lleno en la boca y en la nariz. Sangrado y adentro de casa en cuestión de segundos, mi viejo me llevó como una bolsa de arpillera.

Si, se puede perder.

En séptimo grado yo era el primero de la fila, el más bajo. Aprovechaba esta condición para salir raudamente si tenía algún pleito en puerta con alguien de temer. Así fue como intenté huir de aquel morenazo de piernas largas que le nacían casi en el cuello. Yo usaba mis fibras de colores como letales cerbatanas con las que impulsaba un bolo de papel bien masticado. Con una puntería admirable le acertaba en la espalda al moreno y luego veía como la tinta se esparcía sobre su camisa en simpáticos y multicolores circulitos. No eran del agrado del moreno al que le disgustaba la camisa blanca con pintitas de colores. Con una voz como la del peruano parlanchín y en una frase admirable, prolija y bien ensamblada me hizo saber:
- Cuando salgamos, voy a recagarte a palos y le vas a ir a manchar la camisa a la puta que te parió –
Yo lo entendí perfectamente. Por eso tenía las carpetas bien amarradas bajo el brazo y la tensión adecuada en las piernas esperando que la maestra nos despidiera.
Corrí 40 metros, caí con la nuca apoyada sobre un sorete de perro tibio aún y soporté estoicamente al negro abofeteándome desencajado. El negro supo cuando detenerse, se incorporó y arreglando su ropa comenzó a alejarse. Mucha gente había visto el episodio así que debía cuando menos demostrar que el orgullo estaba intacto, por lo que con la nariz aún acariciándome las mejillas por los bifes tomé aire y hablé:
- ¡Hey Esclavo!, no te olvides de decirle a tu vieja que venga a lavarme los huevos. Vos también vení que hay que cortar el pasto –
Retrocedí al tiempo que arrojaba piedras y aproveché la sorpresa del negro para doblar hacia la avenida. No me corrió y yo me reí mientras escapaba, pero el olor a mierda de perro en la cabeza me recordaba que esto había sido una derrota.

Ah si, vienen a mi cabeza miles de recuerdos de este tipo lo cual confirma que los golpes solo dañaron superficialmente mi cuero cabelludo.

En esas disputas por supremacía estaba el grupo de los que aún perteneciendo al clan intentaban escalar unos peldaños en la escala de reconocimiento y a veces se animaban a desafiar el reinado de alguien. “El Abuelo” a quien también apodaban “Poca Vida” era uno de esos. Siempre intentando ganarse la confianza de los que presidían el grupo, siempre queriendo algo más. Fue en un partido de fútbol, uno de los eventos más propicios para desencadenar algún entuerto. Secundado por varios secuaces sostuvo durante todo el partido comentarios ácidos hacia mi y cada disputa del balón era una carnicería. Finalizado el match yo volví directo para mi casa. No había cruzado el portón del campo de deportes cuando la ira me envenenó el cerebro. Giré y esperé a que solo el me viera y cuando pude le hice gestos con la mano para que se acercara. Primero sospechó, pero como yo sonreía y le señalaba algo inexistente supuso que había algo para ver. Y si había. Cuando todavía lo tenía tomado de los tobillos y lo hacía girar para golpearlo otra vez sobre el árbol salieron todos juntos. El “Bolita de humo”, “Richu”, “Culo de pan” y “Cantinflas”:
- ¡Lo están cagando a palo al Abuelo!, ¡es el narigón! –
Si no hubiesen gritado me hubiesen sorprendido para posteriormente dejarme lo suficientemente maltrecho para que el puto de el abuelo pudiera vengarse. Pero gritaron y yo volví a arrojar al pelotudo para huir. En el aire todavía, antes de impactar contra el árbol el abuelo sollozó:
- Ahora te vamos a ir a buscar a tu casa narigón hijo de puta –
Vinieron, pero mi viejo se encargó de que se fueran y se llevaran al desmembrado que dejaba mensajes de vendetta para que me los hiciese llegar.

Yo podía salir maltrecho de estas reyertas enfermas pero no me negaba nunca a participar de ellas, solo cuando con el correr de los años los pleitos se solucionaban con un 22 en la panza me calmé y me convertí en alguien muy reflexivo, adhiriendo al pensamiento de Kant quien sostenía que el conocimiento deviene de la experiencia. Así que leí mucho esos años.

Pero siempre estaba latente la posibilidad de involucrarse en otros kilombos. “El que pasando, se deja llevar por la ira en pleito ajeno es como aquel que toma al perro por las orejas” dice la Biblia.

Esta vez la experiencia aconsejaba que era mas efectiva una palabra hiriente sin sufrir golpizas que una patada en los huevos. Para ejemplificar esta experiencia recuerdo un incidente sucedido en el andén 4 de la estación de Banfield. Era domingo de fútbol y en los dos últimos vagones del tren venía la hinchada de river, (si, caben en solo dos vagones), yo estaba sentado en uno de los bancos del andén.

Cuando se juntan estos energúmenos se transforman en una piara ignorante potenciándose unos a otros en una reacción en cadena fatal. Un desdentado coliflor rompió el silencio de la tarde y sacando su torso por la ventanilla abrió su cloaca:
- ¡¡¡¡Ehhhhh putoooo!!!!, ¡¿so de banfil so?! Vas a cobrá puto .... –
Inmediatamente sacaron sus cabezas llenas de piojos pero carentes de cerebro unos cuantos más y mientras reían me insultaban. Las puertas de los vagones las sostenían con los pies otros monitos así que jamás hubiera contestado. Había que esperar. El tren cerró las puertas pero siempre podían volver a abrirse así que continué esperando. Ahora si, el tren partía y el chotacabras que había iniciado la provocación se distraía buscando a quien escupir. El moco que había amasado durante minutos se lo dejé colgando de la coronilla como un souvenir humeante y cuando todos sacaron sus puños y cabezas por las ventanillas yo supe que debía culminar mi obra. Me tomé los testículos con las dos manos, subí y bajé las mismas sin parar, hacía el helicóptero y los invitaba a lamerlos. Desencajados amagaban con tirarse del tren pero como no iban a hacerlo le agregué diálogo a mi acto de mimo provocativo:
- ¡Chupamelá negro puto, ¡bajate si te morís de las ganas piojoso! –
Faltaba la coronación del acto provocativo así que inflando el pecho trazaba con mi mano una franja imaginaria a la altura de mis tetillas que todos sabían obedecía a la camiseta de Boca. Cuando bajé del tren siguiente en Escalada de todos modos observé en las periferias de la estación por si realmente alguno de los simios se había sentido en la obligación de lavar su honor. Pero no, todo estaba en orden como mi ánimo, esos negros no lavan ni su honor.

Nunca hablé de este tema con mi psiquiatra porque temo que considere que esos impulsos aún permanezcan en mi inconsciente, cosa que es absolutamente cierta, pero están controlados. Deben salir a luz cuando la situación apremie o cuando algo me exponga a una sensación violenta, como ocurre todos los putos días, en todo lugar. El miligramo de clonazepam diario puede que lo contenga, pero no le sobra nada.

De todos modos esa violencia adolescente pese a no ser una conducta acertada está a años luz de la que impulsa a los chicos de las nuevas generaciones. Nosotros no estábamos alcoholizados para generar una hecatombe, ni empastillados. A nosotros nos movía la violencia por la violencia misma actuando con límites y códigos, (suena muy forro pero era así). No nos interesaban las armas aún cuando haya habido algún incidente en el que apareció algún bufoso. Era muy diferente. Quizás de habérsenos suministrado un arma podríamos haber resuelto algunos pleitos mucho más expeditivamente y este recordatorio lo estaría escribiendo desde alguna celda. ¡No a las armas!, ¡Si a una buena cagada a palos!.
Hoy recordé todas estas cosas y como ya estoy viejo y a nadie le interesa oír historias, me la conté yo solito, no hay nada de que sentirse orgulloso ni nada de que vanagloriarse pero es parte de mi historia y le rindo homenaje.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

JAJAJJA!!! SI, ME ACUERDO QUE ME CONTASTE ESE MISMO DIA LO QUE TE HABIA PASADO EN LA ESTACION....SI TENDRAS HISTORIAS PARA CONTAR MAMITA QUERIDA!!! EN BANFIELD SOS MAS CONOCIDO QUE LA MUGRE, Y TENES ALGUNOS CONOCIDOS QUE SON LA ENVIDIA...JAJAJ. Y ESO DE VIEJO, NAAAAHH, DEJATE DE JODER (AUNQUE NO SUENA CREIBLE VINIENDO DE MI, NO?) BESITOS. KRO

Anónimo dijo...

YO COMO ERA NENA NO TUVE EPISODIOS DE ESE TIPO, PERO QUIZA PUEDA HABER UN PAR PARA CONTAR....KRO

ACACIA dijo...

Naaa, no creo que seas viejo y sí creo que haya muchos interesados en conocer tus historias.
A muchos pendejos les vendría bien aprender algo. Pero...mmm... nop... no serían pendejos. Tienen que aprender por sí mismos. Lástima que ahora es todo más jodido.
Pobres los pendex, los adolescentes. No los envidio para nada.
En mi juventud solía haber reyertas a la salida de los boliches en Lanús - Kamote (uh! qué antigua!!!), La Casona (ahora clausurada, bien clausurada) y otros boliches que eran más chicos, menos conocidos aún - en las cuales sólia haber armas blancas, a lo sumo. Pero incluso estando borrachos, los flacos no llegaban a los extremos que llegan hoy. Y las minas... era raro que las minas estuvieran metidas en esos temas, por lo menos que yo sepa. Bueh! Yo era bastante mojigata así que no sirvo de referencia jajajaja.
Hoy la provocación más tonta es motivo de kilombo groso. Hace poco, viajando en tren (raro en mí) - venía desde Martínez hacia la Capital - era medianoche, el último tren, y unos flaquitos pasaron al lado de un asiento donde había un flaco que nada, parecía con pinta de nada, y se le pararon al lado como diciendo "qué mirás", y decí que el flaquito sentado se hizo el boludo y miró para afuera por la ventanilla, que si no, por un momento pensé que ahí nomás le clavaban un puntazo.
¡Sentí terror!
En fin!
Sé que no todos los adolescentes son así, por suerte. Así que no desespero.
Saludos,
Acacia

SirPercival dijo...

Me cague tanto de risa viejo...
A ver si los parvulos se educan che, mucho internet, mucho luz electrica pero falta pavimento aca carajo!

Anónimo dijo...

P'ta hermano, supieras cuantas cosas tenemos en común, jajaja.
De verdad me entretengo muchísimo leyendo tus escritos, creo que ya es hora que los pongas en un libro, sería un best seller.
Un abrazo
Frank